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[LISTAS DE CINE] - Filmografía de Quentin Tarantino (1992-2019)



Quentin Tarantino se ha convertido, por méritos propios, en un director de culto. Alabado y admirado por muchos, aunque también criticado y odiado por otros. Se le pueden reprochar muchas cosas, pero no se le puede negar que desde que irrumpió con su ópera prima, ‘Reservoir Dogs’, se ha convertido en un realizador fundamental del cine norteamericano de los últimos años. Su estilo ha marcado una tendencia en el cine contemporáneo, especialmente por sus ingredientes: multirreferencial, cinéfilo, mezcla de géneros y recuperando viejas estrellas en declive.

Todo lo que conforma su manera de dirigir películas, nace de su profunda cinefilia. Una afición que adquirió muy joven, viviendo junto a su madre soltera y alimentándose de cientos de películas, devorando títulos para alimentar la semilla de cinéfilo que fue creciendo. Influenciado por manifestaciones culturales de diversa índole, sin importar su procedencia o reputación, se fue forjando su particular sueño: triunfar en Hollywood.

Tenía claro que se quería dedicar al cine, aunque no tuviera mucha idea de como conseguirlo y ni qué camino tomar. Su ingesta compulsiva de películas le fue forjando como un cinéfilo obsesivo, de gran memoria y de gusto tan dispar como abierto, capaz de disfrutar viendo películas clásicas, pero también títulos infames, de serie B o cintas que nunca llegaron a ser demasiado conocidas, pero de las que sabía extraer un aprendizaje.

Como es bien conocido, fue un asiduo cliente de Video Archives, un videoclub con una amplia oferta de películas en vídeo que hacía las delicias de un joven Quentin Tarantino deseoso de devorar títulos en grandes cantidades. Su apasionada afición y sus continuas visitas a Video Archives, hicieron que ese local se convirtiera en una especie de escuela cinematográfica improvisada, incluso un lugar donde pasar horas debatiendo sobre cualquier título que se terciara.

Su gran memoria le valió pronto gran estima por otros clientes e incluso por los propietarios, ya que era capaz de recordar diálogos de cientos de películas. Hasta que un buen día, le ofrecieron un puesto de dependiente en Video Archives y vio cumplido un sueño. Así tendría acceso a más títulos y sería un recomendador a plena jornada. Allí vivió con intensidad su afición y le permitió establecer amistades que mantendría durante largo tiempo.

Un buen día, como es lógico, se lanza a realizar su primer proyecto. Con más ilusión y entusiasmo que medios, se pone a rodar una historia planteada por su amigo Craig Hamann y finalmente escrita por el propio Tarantino. Esta primera obra, de título ‘My Best Friend’s Birthday’ supuso el primer encuentro serio con el proceso de creación de una película y como tal, sólo fue el descubrimiento de todas las dificultades existentes para llevar a cabo una película sin apenas presupuesto y tener que rodar con amigos, cuando disponían de tiempo. Contaba la historia de Mickey, al que su novia lo deja sólo en el día de su cumpleaños y su amigo Clarence (Tarantino) le prepara una fiesta inolvidable.

 

 

Filmografía de Quentin Tarantino (1992-2019)  - 10 títulos (9) -

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NOTA: 'Clic' encima de título para acceder a Filmaffinity.  Actualizado: 28-06-2022

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 - 1992 - Reservoir Dogs (Quentin Tarantino).
 - 1994 - Pulp Fiction (Quentin Tarantino).
 - 1997 - Jackie Brown (Quentin Tarantino).
 - 2003 - Kill Bill. Volumen 1 (Quentin Tarantino).
 - 2004 - Kill Bill. Volumen 2 (Quentin Tarantino).
 - 2007 - Death Proof (Quentin Tarantino).
 - 2009 - Malditos bastardos (Quentin Tarantino).
 - 2012 - Django desencadenado (Quentin Tarantino).
 - 2015 - Los odiosos ocho (Quentin Tarantino).
 - 2019 - Érase una vez en... Hollywood (Quentin Tarantino).

 




Rodada en 16mm y en blanco y negro, se prolongó durante tres años (1984-1987) y Tarantino cometió el error de no ir revelando los rollos conforma iba grabando, así que tras todo el periplo, se encontraba con una gran cantidad de celuloide sin saber el resultado. En el proceso de revelado fue donde, precisamente, se perdió gran parte del metraje (un tercio del total). Algo que lamentaría pero que a la postre le beneficiaría. Sabedor que no era una película meritoria (errores de continuidad, falta de ritmo,...), al menos le puso todo su entusiasmo y verborrea a la hora de exhibirla (y venderse como realizador) en algunos circuitos de Hollywood para encontrar algún productor interesado en un joven cineasta, de nombre desconocido. Hasta que la evidencia se mostró en forma de bofetón. Y todo esfuerzo fue en balde.

La película quedó olvidada y tan sólo tiene el mérito de suponer el germen del guión de ‘Amor a quemarropa’ (‘True Romance’), que sería su primer guión en condiciones y el primero que consiguió encontrar recompensa. Tras la desilusión de su primer trabajo, fue su agente Cathryn James la que le sugirió que se dedicase a la escritura, que era donde más brillaba su talento y se dejase de experimentos en la realización. Fue duro, pero lo captó y se puso manos a la obra. Su primer guión fue ‘The Open Road’, que posteriormente fue retitulado ‘Amor a quemarropa’. Extrajo lo mejor de ‘My Best Friend’s Birthday’ para llevar a cabo una historia muy influida por ‘Malas tierras’ de Terence Malick y por ‘Sangre fácil’ de los hermanos Coen. Para el primer borrador contó con la ayuda de su amigo y compañero en Video Archives, Roger Avary, con quien se complementaba a la perfección a la hora de dar forma a la historia.

A su agente le encantó el guión y se puso a moverlo entre las productoras, aunque las respuestas recibidas invitaban al pesimismo, tras varios rechazos. Demasiada violencia para los ejecutivos de Hollywood. Hasta que un mánager y productor británico, Stanley Margolis, apostó por él y compró sus derechos para producirla. Y cuando recibió a Tarantino, quedó prendado de su entusiasmo y su enorme confianza en sí mismo. Hasta tal punto, que le insistió en enseñarle ‘My Best Friend’s Birthday’, con la consecuencia de obtener un sabio consejo: que no la enseñara más si quería hacerse un hueco en Hollywood. Y así fue. Hasta el punto que cuando buscaba financiación para dirigir ‘Reservoir Dogs’ jamás nombró este título. Olvidarlo fue lo mejor.  Se puede ver el fragmento íntegro que ha quedado AQUÍ.




..y llegó 'RESERVOIR DOGS' (1992).

Con cuatro duros, mucha imaginación y una buena dosis de ideas robadas del cine oriental (de Ringo Lam a Seijun Suzuki), Quentin Tarantino -un desconocido empleado de videoclub por aquel entonces- irrumpió como un ciclón en el panorama cinematográfico dirigiendo su primera película. Eran los maravillosos noventa, una década en la que todo parecía posible y todo estaba por hacer, y allí estaba Quentin para demostrarlo. TRAILER

Frase por la que la recordamos: "Like a Virgin es una metáfora sobre las pollas grandes".

La canción que sobresale: Stuck in the Middle With You, de Stealers Wheel, también conocida como el himno oficial de los rebanadores de orejas.

Quentin pasó unos días en la dura prisión del condado de Los Ángeles (1989) compartiendo espacio reducido y tenso con maleantes de todo pelaje. De ahí aprendió, principalmente, que aquella sería una excelente situación para extraer material para futuros guiones. Una experiencia vital con personajes y diálogos reales que supo absorber.

Fue el gérmen de su siguiente guión, ‘Asesinos natos’ (‘Natural Born Killers’), cuyos derechos fueron adquiridos (tras varios rechazos) y posteriormente filmado por Oliver Stone y del que Tarantino siempre quiso desvincularse (por notables diferencias con la historia final). Y también le sirvió para curtirse en esos personajes que tanto le atraen y que se mueven dentro de un mundo violento (posteriormente también le ayudó a darle forma a ‘Abierto hasta el amanecer’).

Posteriormente, comenzó a relacionarse (como un joven ávido de introducirse en el mundillo de Hollywood) con algunos productores, a entablar amistades y empezar a conocer de primera mano cómo funciona la maquinaria de Hollywood. En un verano de especial inspiración, motivado por sus ganas de lograr un guión con el que debutar en condiciones (como siempre había soñado), escribió ‘Reservoir Dogs’. De un tirón, en unas cuantas semanas, sin descanso, en su diminuto apartamento desordenado, en un barrio ruidoso. Pero abstraído de todo lo que le rodeaba, escribió compulsivamente a mano y llenando las páginas de anotaciones. Parió su historia, esa que quería contar, aportando su particular abanico de influencias, pero filtrando su conocimiento para dar lugar a un relato que debería suponer el comienzo de su éxito en la dirección.

Su entusiasmo a la hora de escribir ‘Reservoir Dogs’ estuvo muy influenciado por una frase, en especial, de ‘Atraco perfecto’ de Stanley Kubrick. Una intervención que Sterling Hayden bordó en su interpretación: "Te voy a dejar esa cara tan bonita que tienes convertida en picadillo de hamburguesas".



Contenía la esencia de su historia. Una amenaza violenta, no exenta de humor que resumía lo Tarantino quería transmitir en el guión. Algo que no fue tan fácil, teniendo en cuenta sus antedecentes y que un novato tan joven no sería capaz. Pero creía en él mismo, en su guión y le puso todo el entusiasmo que sólo Tarantino es capaz. Lawrence Bender, un productor con el que había entablado amistad, fue el primero en leerlo y quedó sorprendido gratamente. Hasta el punto que le pidió tiempo para buscar el dinero y hacer una producción en condiciones. Pero Tarantino, tras acumular fracasos, tenía mucha prisa en llevar a cabo la película y puso todo su empeño para acelerar el proceso y hacerse cargo él mismo de la dirección cuanto antes.

Otro film en el que Tarantino también se inspiró fue 'Kansas City Confidential', una película de cine negro y crimen estadounidense de 1952 dirigida por Phil Karlson y protagonizada por John Payne y Coleen Gray. Phil Karlson ('El cuarto hombre', 'Calle River 99'..), fue uno de los grandes del cine negro y lamentablemente, otro de los tantos olvidados.

Mientras tanto, el guión de ‘Amor a quemarropa’ tomaba forma en una importante producción (y Tony Scott se pondría al frente de la dirección). De esta manera, Tarantino obtendría un dinero esencial para paliar la crisis de su debilitado bolsillo, aunque insuficiente para lo que podría haber logrado, por culpa de su desesperación.

Junto a Bender, se unió al proyecto Monte Hellman, un veterano director que se había curtido junto a Roger Corman y al que también le entusiasmó el guión. Posteriormente entró en el juego también el actor Harvey Keitel, a la sazón, pieza fundamental para que Tarantino viera finalmente su deseo convertido en realidad. Tras lograr el resto de actores del reparto, Tarantino firmó con Live Entertainment y consiguió un año como máximo para tener la película lista. Todo salió rodado, incluso desde Sundance estaban entusiasmados con el posible resultado tras leer el guión.

El rodaje fue rápido, ya que Tarantino tenía la película en su cabeza y no necesitaba emplear demasiado tiempo. Apenas un millón y medio de dólares pero suficientes para desarrollar su ingenio. El resto es ya muy conocido. La película, incluso antes de terminar el montaje, ya había conseguido recorrer rumores por Hollywood y se esperaba mucho de ella. Y a su paso por varios festivales fue cosechando elogios y aplausos. Tarantino cumplió su sueño y dio rienda suelta a su dicharachera y mediática personalidad. SundanceCannes y hasta en Sitges (donde logró tres importantes premios en una edición donde el género fantástico no fue precisamente el estandarte). No era para menos. Una película brillante, redonda y que tiene esa esencia de transmitir algo especial.

Su particular visión del cine negro, encerraba el que sería un debut muy sonado. Tanto que ‘Reservoir Dogs’ fue el paso que elevó a Tarantino al estrellato absoluto y con el que estableció un nuevo estilo de cine (como comenté en la crítica de la película), que daría mucho que hablar durante toda la década de los noventa y la que aún nos ocupa.




'PULP FICTION' (1994): la culminación de un estilo.

El segundo filme de Tarantino es, probablemente, el que figurará en todos los libros de la historia del cine. Tras el impacto de Reservoir Dogs, el director se encerró en un hotelucho de Ámsterdam a escribir una película en la que todo, desde las interpretaciones a los personajes, es sobresaliente. Construyó icono tras icono: del señor Lobo a Mia Wallace, y recuperó a John Travolta para el séptimo arte. Ganó el Oscar al mejor guion y la Palma de Oro en Cannes. Genio y figura, al subir a recoger la Palma de Oro,Tarantino respondió con una peineta a un miembro del público que le gritó: “Scandal! Fasciste!”. TRAILER

Frase por la que la recordamos: “¿Sabes cómo llaman al cuarto de libra con queso en París?”, con accésit para la mítica: “Tranquilícense caballeros, no empecemos a chuparnos las pollas todavía”.

La canción que sobresale: You Never Can Tell, de Chuck Berry. Difícil elegir entre todas las canciones que aparecen en una de las mejores bandas sonoras de la historia. Pero si a eso le sumamos una de las mejores escenas de baile de los noventa, con Mia Wallace (interpretada por Uma Thurman) y Vincent Vega (encarnado por John Travolta) dándolo todo, nos quedamos con Berry.

Tras su paso por Europa con ‘Reservoir Dogs’ y el éxito creciente de su debut, Quentin Tarantino se fue encontrando muy a gusto alejado del ambiente de Hollywood, al que, a pesar de todo, no pertenecía. Recordemos que era un joven que tan sólo había estrenado una cinta violenta y había logrado un buen éxito de taquilla y un puñado de críticas positivas pero todos estaban expectantes a su siguiente paso. Necesitaba demostrar que su carrera irrumpiría y no se quedaba en un amago de inspiración.

Para llevar a cabo su siguiente obra completamente personal y una vez ‘Asesinos natos’ estaba en manos de Oliver Stone y ‘Amor a quemarropa’ reportándole cierto prestigio como guionista, decidió establecerse una temporada en Europa. Gracias a un contrato de novecientos mil dólares con TriStar para escribir el guión de su nuevo trabajo, Tarantino se marchó a Amsterdam, donde se recluyó durante varias largas semanas con la finalidad de volcar todos sus esfuerzos en el guión de ‘Pulp Fiction’. Escribiendo en un mugriento apartamento con su vieja máquina de escribir, encontró su inspiración para desesperación de su manager, Cathryn Jaymes en Hollywood.



Al menos, supo justificar su pasotismo e individualismo con un guión que estaba llamado a convertirse en una película transgresora, original (dentro del estilo referencial propio de Tarantino) y que marcaría un hito. Aunque si bien es cierto, que el primer borrador de su historia tenía 500 páginas y tras un primer vistazo de los ejecutivos de TriStar, el guión fue rechazado porque “no parecía una película de su estilo”. Curiosamente los distribuidores de ‘Reservoir Dogs’, los hermanos Weinstein, no dudaron que ‘Pulp Fiction’ sería un éxito. Y Miramax se hizo cargo de la producción definitiva.

Tarantino supo exprimir su peculiar universo cultural, sus experiencias y su enorme talento para el diálogo en un guión que quería romper con los moldes. Tanto en la narrativa, en la que mostraba una nueva forma de mostrar una historia violenta y de gángsters (pero con apenas cinco minutos de violencia explícita en todo el metraje), como a la hora de aglutinar referencias, dotarlas de su personal visión y mostrarlas de un modo del todo fascinante, brillante y con un dominio de la narración inesperado. Aunque mucho de ‘Pulp Fiction’ se apunta ya en ‘Reservoir Dogs’, aquí Tarantino prescinde de la atmósfera claustrofóbica para presentarnos una historia fragmentada, pero hilada con unos diálogos sobresalientes, que hacen avanzar la historia a un ritmo trepidante.

Gran dominador del tiempo, de la acción, de los diálogos, de la construcción de personajes, Tarantino extrae con suma inspiración un puñado de escenas inolvidables (el baile, el monólogo de Walken, la adrenalina inyectada…). Muchas de ellas quedan impregnadas en la memoria del espectador sin un afán moralizador, sin querer impregnar un mensaje en su cine. Tan sólo entretener, divertir y ofrecer un espectáculo de fuegos artificiales sublime a base de un guión sólido.

También podemos mencionar la enorme astucia que muestra en la creación de sus personajes. Nada originales, de los que ya hemos conocido en múltiples ocasiones, pero llevándolos un paso más allá, extrayendo el máximo de los estereotipos de gángster, de boxeador tramposo, o de la novia del jefe, una tentación en forma y fondo. Tarantino dota a sus personajes de alma, de personalidad y lo consigue no sólo dibujándolos con suficiente tino en el papel, sino también trasladando su esencia con un puñado de actores a los que sabe sacarles lo mejor de sí mismos.

Ni que decir tiene, que la recuperación de un John Travolta denostado y olvidado para el cine, es obra de Tarantino. De su apuesta personal y de darle un personaje inolvidable. Pero en general, la película posee un reparto coral muy inspirado, sobresaliente. Desde un Bruce Willis memorable a una fascinante Uma Thurman o un locuaz evangélico y despiadado Samuel L. Jackson.



Como película violenta y criminales, Tarantino no renuncia a mostrar escenas repletas de sangre, de acción o de mostrar con gran detalle las drogas y su consumo. Consigue virtuosidad en su puesta en escena de forma provocativa, pero también midiendo con especial cuidado. Es más violento lo que sugiere que lo que muestra (como ya hiciera en la famosa cercenación de oreja en ‘Reservoir Dogs’), y eso que ahora intentaba homenajear a su añorada revista Black Mask, donde el asesinato, la sangre y los bajos fondos eran los ingredientes principales.

Tarantino se muestra tan extrovertido como provocador violento, pero llenando todo el film de un humor negro que logra envolver el resultado matizándolo y mostrando una película no sólo digerible, sino especialmente entretenida. Nos arrastra en una historia de criminales, vestidos con elegancia y mostrados con una enorme normalidad y humanidad. Desde las citas bíblicas a las conversaciones sobre las diferentes denominaciones de una hamburguesa ya sea en Europa o en Estados Unidos.

Temas aparentemente intranscendentes pero que definen a los personajes, los aproximan al espectador y lograr ganarse una empatía a base de humor negrísimo. Del mismo modo que se acoge los estereotipos de personajes rudos, de féminas atractivas para desenmascarlos, para mostrarlos sin prejuicios, incluso deconstruyendo el arquetipo made in Hollywood porque no pretende sino desprenderlos de su habitual comportamiento, para presentarlo más próximos, menos acartonados.

‘Pulp Fiction’ presenta su particular universo hardboiled, repleto de referencias cinéfilas, a la cultura pop, de recursos narrativos como la estructura circular (y episódica) o de una banda sonora impregnada de aire setentero, que consigue lograr un homenaje al cine de serie B, a la vez que aporta un cierto postmodernismo que tiene más de refrito que de originalidad, pero que en absoluto se le puede restar mérito (como por ejemplo la famosa escena del baile está claramente inspirada en ‘Banda aparte’ de Godard).

Es más un homenaje como Tarantino entiende el homenaje: mostrar sus gustos con enorme pasión y respeto. Además, en esta ocasión, lo consigue con inspiración, con diálogos magistrales, con personajes inolvidables y un estilo que marcará tendencias durante los siguientes años. Tarantino logra con ‘Pulp Fiction’ la culminación de su estilo.




'JACKIE BROWN' (1997): la menos tarantiniana, la más fascinante.

Incomprendida en su momento, tal vez por tratarse de una adaptación del escritor estadounidense Elmore Leonard y no de una idea original, es la más atípica de las películas de Tarantino. Mucho más que un homenaje al blaxploitation (movimiento cinematográfico formado por películas con intérpretes, directores y artistas afroamericanos), frente al director furiosamente cínico que maltrata a sus personajes, Jackie Brown despliega una inusual ternura reflejada en la historia de amor tardía entre Pam Grier y Robert Foster. TRAILER

Frase por la que la recordamos: “Este es el AK-47, si quieres matar a todos los hijos de puta de una habitación, no aceptes imitaciones”.

La canción que sobresale: Didn’t I (Blow You Mind This Time), de The Deftonics. Porque nunca nadie en albornoz ha sido tan cool como Pam Grier escuchando su música.

Una vez Quentin Tarantino alcanzó la gloria con ‘Pulp Fiction’, con premios en Cannes, con un Oscar que lo elevaba al olimpo de Hollywood, se convirtió en el cineasta joven llamado a renovar el cine norteamericano. En torno a su figura y sus únicas dos películas se formó todo un fenómeno fan que alcanzaba cotas insospechadas. También es cierto que el propio Quentin aportaba un valor añadido: carácter extrovertido, verborrea abundante y ganas de convertirse en un estrella mediática sin complejos.

Todo eso fue lo que logró tras su enorme éxito. Pero también conseguía enamorar a la mayor parte de la crítica especializada, había conseguido todo un hito con ‘Pulp Fiction’ y el futuro era algo que se mirarían más ojos y con mayor intensidad. También sus detractores, que de todo tiene que haber a pesar de su sobrada demostración de talento, estaban al quite para asestarle un golpe al menor tropezón. Sin embargo, Quentin se dedicaría a crecer como figura y tardaría, pero llegó con un nuevo título en 1997. ‘Jackie Brown’ sería la menos tarantiana de sus películas (inclusive hasta el día de hoy), era una reinvención, una forma de reivindicar que su cine era algo más que sangre, violencia y fama desmedida.



Tarantino se dejó llevar por esa desmesurada fama lograda. Tocó la gloria y no iba a renunciar al sabor del triunfo tan pronto. Así, decidió darse un margen para disfrutar, de vender su imagen y trabajar en proyectos que le reportaran más fama, pero sobre todo más pasta. Era el momento en el que la hollywoodización pudo con él, se gustaba, le aclamaban y el dinero, a lo que hasta entonces había renunciado (relativamente) en pos del triunfo y demostrar su valía, parecía que era su objetivo. Pero sólo relativamente. En el fondo quería ganar dinero, muchos dólares, pero haciendo las cosas que haría sin que hubiese billetes de por medio. Meterse en proyectos estimulantes, con los que disfrutar sin una responsabilidad mayor como sería la de su siguiente trabajo en la dirección.

Había dejado el listón demasiado alto y eso pesa para cualquiera. Así llegaron ‘Four Rooms’, su amistad con Robert Rodríguez‘El mariachi’‘Abierto hasta el amanecer’, algunos papeles divertidos y también ‘Marea roja’. Un guión ya terminado que cayó en sus manos para reescribirlo, para darle su toque “tarantiniano”, que a la postre fue un enorme éxito. No sólo mejoró el libreto, sino que al estampar su sello, la película cosechó cifras sobresalientes. Eso de reescribir le gustó, pero también le sedujo dirigir un capítulo de la famosa serie ‘Urgencias’ y convertirse en una verdadera estrella del rock. Discursos, clases maestras, entrevistas…

Pero un cineasta con su curriculum, su fama y su proyección no podía dormirse en los laureles. Su siguiente trabajo supuso un cambio radical. En muchos sentidos. Se lanzó a una adaptación, personal y libre, de una obra de Elmore Leonard. Una novela negra que le serviría, de nuevo, para homenajear a un subgénero denostado: el blaxpoitation de los setenta. Una buena excusa para recuperar, de nuevo, a viejas estrellas olvidadas: Pam Grier, Robert Foster. Y añadir su sello en diálogos milimétricos, brillantes, una trama aparentemente sencilla, pero para nada simple y añadir una banda sonora que reivindicara la música negra de los setenta.

En estos términos se movieron los múltiples comentarios tras el estreno de ‘Jackie Brown’. Para unos una enorme decepción. Una película larga, de narración pausada, de diálogos interminables, de personajes maduros, aparentemente blanda y, sobre todo, diametralmente opuesta a la violenta, vibrante y adrenalítica ‘Pulp Fiction’. Otros, en cambio, supieron apreciar su capacidad para reinvención, para demostrar que era un autor, un cineasta dotado de gran sentido creativo, capaz de despojarse de atributos y sumergirse en una película más cercana al clasicismo que a la modernidad que para muchos encabezaba en el cine norteamericano.



Lo cierto, es que el estreno de ‘Jackie Brown’ me dejó algo frío. En una segunda ocasión todo reposó con gran fuerza. Una película que no se me hizo para nada larga y que de nuevo demostraba la enorme capacidad de Tarantino para el domino de los diálogos, de las escenas sin acción, pero con una gran tensión entre los protagonistas, entre sus palabras, sus miradas y sus actitudes. El papel de Samuel L. Jackson es una buena muestra, perfectamente definido en su extensa presentación.

Tarantino quería sacar el máximo partido de unos personajes muy humanos, a lo que muestra con enorme profundidad y que cargan con el principal peso de esta historia negra. Eso sí, con unos actores brillantes, desde un lacónico Robert De Niro o un sosegado y sorprendente Robert Foster. Sin olvidarnos de el resurgir de Pam Grier a la que le otorga algunas de las mejores escenas y que encarna a la perfección esa heroína madura, castigada que ya nada tiene que perder y que quiere cambiar su rumbo.

La metamorfosis de Tarantino con ‘Jackie Brown’, como señalaba, comienza con la elección de una obra ya escrita, una novela de escritor de best sellers Elmore Leonard. Un material con sustancia ideal para sumergirse en una historia de amor, teñida de tintes políciacos, de género negro, con intriga bien dosificada y un desarrollo in crescendo que culmina con un extraordinario final. Tarantino nos cuenta con paciencia, con milimétrica precisión a sus personajes y a una historia en aparencia sencilla, pero que acaba atando cabos, en un juego de intercambios (todo lo desarrollado en el centro comercial es un extraordinario ejemplo de narración y de dominio de los tiempos y la acción), que nos evidencia la complejidad de una trama de la que sobresale la victoria moral de dos personajes maduros, llamados a reivindicarse.

La trama, cuando ya conocemos a los personajes e intuimos sus pretensiones, se llena de humor negro, pero sobre todo de enorme sutileza. Todo contado con mesura, sin sobresaltos, sin violencia, sin un montaje eléctrico. Pero no por ello carente de tensión, de intensidad y de profundidad. Sin duda un extraordinario homenaje al cine de los setenta, gracias a la portentosa banda sonora, insertada con su peculiar estilo (los personajes escuchan en algún momento algunos de los temas y los hacen partícipes dentro de las escenas), y que volvía a demostrar que Quentin Tarantino aún tenía mucho que decir y que ofrecer. Una película que merece un visionado repetido y del que se extraen nuevas formas de disfrutar por su riqueza y por excelentes momentos.




'KILL BILL: VOL.1' (2003): acción y sangre a golpe de katana.

El director las considera una misma película, y nosotros no seremos los que le llevemos la contraria. Kill Bill es, por glosar uno de sus títulos, un Tarantino desencadenado: todo lo hiperbólico, iconoclasta y heterodoxo concentrado en la venganza descarnada de La Novia, una Uma Thurman reconvertida en Bruce Lee. El empacho de referencias es considerable y el espectador tiene problemas para asimilar tanta información. Eso sí, escenas como las de los 88 maníacos son magistrales. TRAILER

Frase por la que la recordamos: “Cuando la fortuna te sonríe al llevar a cabo algo tan violento y terrible como una venganza, es una prueba irrefutable no solo de que Dios existe, sino de que estás cumpliendo su voluntad”.

La canción que sobresale: El rapero RZA estaba a los mandos, pero todos recordaremos la suave elegancia de Nancy Sinatra interpretando su célebre canción My Baby Shot Me Down.

El origen de ‘Kill Bill’ surgió mientras Quentin Tarantino, y su fogosidad cinéfila, rodaban ‘Pulp Fiction’. Quedó prendado de Uma Thurman y quería que fuera la protagonista de su siguiente trabajo. Esbozó algunas ideas y junto a ello imaginaron una historia de venganza, de una asesina reconvertida en busca de justicia y redención. Todo quedó en un amago del cineasta llevado por la emoción de intentar rendir su particular homenaje al cine asiático al que tanto admira. Al cine de artes marciales, de kung-fu, a series de TV sobre samuráis, al exploitation de los setenta,...

Años después, y tras realizar ‘Jackie Brown’, llegó el momento de darle forma a la idea embrionaria de una novia en busca de venganza. Y aquí Tarantino se explayaría. Intentaría lograr, ahora que podía, la máxima libertad creativa para hacer un film de acción, de artes marciales y de imponer su estilo. Acción y sangre a golpe de katana era el plato que le apetecía ofrecer y consiguió una película tremendamente entretenida, aunque dejando atrás algunos de sus principales baluartes de su estilo, para volver a reinventarse, o más bien sacar el lado más bestia tras años de “infectarse” de exploitation films.



En esencia, este es su verdadero homenaje, a un tipo de cine con el creció y que ahora prentedía dar forma con mayor libertad. Pero tampoco escapaba a la tentación de aprovechar e introducir elementos del cine de artes marciales, como prueba de fuego para un director rodando acción pura (que según ha manifestado es lo más complicado de dirigir bien). Ese era su objetivo. Creía que eso era lo que le faltaba por hacer. Y rodar acción no era fácil, pero había visto demasiado cine, demasiados duelos de spaguetti western, de katanas samuráis cercenando brazos y decapitando enemigos,… pero también del valor del honor y el respeto oriental, del sabor de la venganza sangrienta, todo regado con litros de sangre.

No podía realizar la película hasta no tener a Uma Thurman preparada y disponible, así que por eso se demoró algún tiempo en rodar ‘Kill Bill vol. 1’ a pesar de tenerlo todo pensado y preparado. Y fue un acierto. Llegó a afirmar que no podría haber realizado la película con otra actriz y, a tenor del resultado, sin duda fue lo más acertado.

Tarantino había dibujado excelentes personajes, era su fuerte, al igual que soberbios diálogos. Aquí lo vuelve a repetir, aunque quizás se explaye en su protagonista y nos deje a los secundarios demasiado desplazados, algo no demasiado habitual en su cine hasta el momento. Pero con la novia, consigue un personaje de su estilo. Aunque en esta ocasión deja paso a la sangre, la acción y el virtuosismo visual en vez de a los largos diálogos. Thurman tiene un papel difícil, muy complejo: saltar, manejar la katana, hablar japonés, ponerle el sentido trágico y de ira para contagiar al espectador y justificar su odisea vengativa… Pero su esfuerzo y entrega deja un resultado notable.

Parece como si Tarantino necesitase de explayarse con un film violento. Aflorar su lado más salvaje y sangriento, pero también más divertido. En ‘Kill Bill vol. 1’ juega con múltiples referencias, como suele hacer en su cine, mezclando el anime, el spaguetti western o sus debilidades asiáticas para vestir esa violencia inusitada que despliega en el film. Y el capítulo de animación es buena muestra de ello. Soberbio trabajo para definir a un personaje de vital importancia en esta cinta.

Lo cierto es que tras ese despliegue visual y esos cuerpos mutilados manando sangre, se oculta el verdadero interés de Tarantino: explayarse con lo que guardaba dentro, emerger su lado más rebelde. Para ello nos hace acompañar al protagonista a través de su viaje vengativo, aunque vuelve a jugar con saltos temporales, en esta ocasión menos trascendentes pero nada forzados, a modo de capítulos escritos a fuego en el alma y la mente de la novia.



Y a pesar de que Tarantino sabía que le lloverían las críticas (como hasta ahora le había pasado) por el tratamiento de la violencia, tenía la necesidad de demostrar que puede tratarse con un buen gusto (estético). Con una descarada e inspirada lección de cine de género y del poder de la imagen sobre el diálogo.

Tarantino se muestra exquisito al cuidar con un detalle extremo cada escena, al que dota de su habitual catálogo de guiños cinéfilos y de claros homenajes. No en vano la presencia de uno de sus ídolos de siempre, Sonny Chiba, lo evidencia. Dándole un papel (Hattori Hanzo) que no es sino la proyección en el presente de un personaje de la popular serie televisiva de ninjas y samuráis de los ochenta ‘Shadow Warriors’, que tanto disfrutó un joven Tarantino.

Pero el director de ‘Kill Bill vol. 1’ tiene muy claro que su película quiere darle el brillo (a la par que el homenaje) a un cine de serie B que bien merece el respeto. Y en esta historia de justicia y redención la violencia es esencial, por eso está tan bien cuidada su presentación, aunque se pliegue a las convenciones del género. Sin miedo y con libertad creativa, Tarantino nos presenta cada escena de acción de un modo muy personal, siempre con su estilo: descarga la tensión previa al sanguinario enfrentamiento con miradas desafiantes y con diálogos teñidos de humor, para luego dejar que la katana siga su curso, sin que nada se lo impida.

En conclusión, y a pesar de dividir esta historia en un díptico, Tarantino demuestra su dominio y talento para el espectáculo visual. Ofrece un relato muy simple en lo argumental, pero lo viste de ópera, con minuciosidad, con respeto, lleno de homenajes (casi fetichistas), lo acompaña (de nuevo) con una música magnífica y logra realizar la película que deseaba hacer. Muy por encima de sus expectativas, necesitaba extraer de su interior esta película. Y muchos lo agradecemos.




'KILL BILL: VOL.2' (2004): la venganza completada.

La historia de una venganza. Así, a secas. Es como se podría definir el primer volumen del díptico ‘Kill Bill’. En ella, como señalamos, se plantea una historia en la que prevalece la acción trepidante, los golpes de katana y sangre a borbotones. Pero también algunos interrogantes quedan suspendidos. Hasta que en ‘Kill Bill vol. 2’ todo encuentra su perfecto encaje. Respuestas. Eso es lo que más encontramos en la segunda entrega, pero también una honda profundización en los personajes. Algo que sólo se dibuja en su primera mitad y ahora toma cuerpo.

Tarantino plantea este segundo volumen dispuesto a ofrecer el antídoto perfecto contra el veneno inoculado en el espectador con la novia y sus encuentros sanguinolentos. Su particular recorrido vengativo ahora queda explicado. Para ello Tarantino prescinde más del homenaje asiático para dejarse embaucar por el espíritu del auténtico spaguetti western para ofrecer la explicación de todo, para darnos a conocer la auténtica motivación de la protagonista para trazar a katana su único objetivo: matar a Bill.

Y si había un personaje misterioso del que no sabemos nada ese es Bill. Y para presentarlo adecuadamente Tarantino nos regala una de sus especialidades: la entrada en escena del villano. Bueno, aunque villanos en realidad son todos los que pueblan el díptico de Kill Bill, porque en esencia es un retrato del lado perverso, un análisis de los pensamientos, sentimientos e inquietudes de un asesino. Pero a lo que iba, conocemos, por fin, a Bill. Un asombroso David Carradine, a quien el director le otorga su particular homenaje dándole un personaje tan malvado como hipnótico.

En el flashback con sabor a añejo (por aquello del tono sepia de la escena), intuimos una parte esencial de la relación entre Bill y la novia. Es sólo el comienzo del conflicto. Luego comprobamos como ella continua con su cometido esencial en la vida, saciar su sed de redención. Conocemos nuevos personajes, y más a algunos de los que poco conocíamos (la sanguinaria y bellísima Elle Driver, una Daryl Hannah sorprendente).



Tarantino le da solución de continuidad al salvajismo del primer volumen, pero ahora se preocupa más de justificar cada gota de sangre. Ahora podemos entender los motivos, aunque ése es precisamente el suspense sobre el que se construye ‘Kill Bill vol. 2’. Conocer porqué Bill debe morir y la novia matarlo. Porqué se quiere vengar. Aquí Tarantino no tiene prisa, se adorna con escenas llenas de buenos diálogos, de acción (las menos, pero no menos intensas, buena prueba de ello es el enfrentamiento con Elle Driver), pero sobre todo dándole a la novia la posibilidad de expresar la fuerza que le mueve.

Tarantino logra momentos asombrosos: el encuentro de Bill Budd, el entierro claustrofóbico, el capítulo oriental (y el más claro y evidente de todo el conjunto, imitando el estilo del cine de los Shaw Brothers) el apoteosis final, un duelo verbal que ilumina las zonas que aún quedaban oscuras. Pero también es cierto que enreda (digámoslo así) en momentos que aportan bien poco a la trama y que parece más un ejercicio de autocomplacencia. Véase la visita de Budd al club donde trabaja (clara admiración de Tarantino por este actor) o la de la novia al que le debe dirigir en última instancia a Bill, en un gran momento fílmico, pero de escasa aportación a la narración.

Con todo, Tarantino logra impregnar su estilo en cada personaje, en cada encuentro y en cada escena. Y también es fácil apreciar a la madurez como autor que se percibe. Gran dominio de la puesta en escena y sacando el máximo partido a sus ingeniosos y hábiles diálogos. Pero sobre todo, logra exponer el alma de los personajes. Algo complejo de conseguir. Aquí tenemos a la galería de villanos, despiadados, letales, como protagonistas y conocemos un poco qué motivaciones les arrastran. En el fondo, Quentin nos muestra su particular visión sobre la vida y la muerte (como bien queda patente en el encuentro con la hija y en el diálogo con Bill próximo al duelo final).

A través del viaje vengativo, en su segunda etapa, de la novia, vamos descubriendo sus emociones, su sentimiento. Todo ello ambientando en el salvaje oeste, en el desierto fronterizo, donde la temible culminación de venganza debe tener lugar. Uma Thurman se postulaba en el primer volumen como una actriz polivalente, mostraba el enorme esfuerzo requerido para las escenas de lucha. Ahora, en el segundo volumen, nos vuelve a deleitar con ellas (los enfrentamientos y su adiestramiento con Pai-Mei, personaje recuperado nuevamente a modo de homenaje), pero también sabe dotar a la novia, a Beatrix Kiddo, de alma, de sentimientos (más allá de la ira) y de un sorprendente lado maternal.

De nuevo Tarantino sale airoso al mezclar tantos ingredientes pero de nuevo cocinados bajo su receta. El estilo Tarantino se convierte en un clásico y viendo en su conjunto ‘Kill Bill’ a nadie le cabe duda de que sabe narrar y filmar con un talento asombroso. Esta segunda parte que ahora nos ocupa es un buen ejemplo de todo ello, un gran ejercicio de estilo, con un resultado notable (aunque quizás no a la altura de ‘Pulp Fiction), especialmente si logramos fundir ambas entregas y valorar el díptico como una sola pieza cinematográfica.




'DEATH PROOF' (2007): el tropiezo de todo gran director.

Cuando Harvey Weinstein todavía era el sheriff de Hollywood, Robert Rodríguez y Quentin Tarantino fueron capaces de sacarle el dinero para un proyecto completamente majareta: resucitar las sesiones dobles con Grindhouse. Rodríguez dirigió una fantasía de ciencia ficción llamada Planet Terror y Tarantino la road movie titulada Death Proof. Estrenar las dos películas simultáneamente y en pack fue un "fracaso". TRAILER

Frase por la que la recordamos. “El alcohol solo es el lubricante para todos los encuentros individuales que un bar ofrece”.

La canción que sobresale: Chick Habit, de April March, versión anglosajona del Laisse tomber les filles que Serge Gainsbourg escribió para France Gall.

Su obsesión por la cultura pop, por el cine de los setenta y por la plasmación de su universo referencial son los algunos de los principales motivos que le empujan a darle forma a cada trabajo. Con su querido amigo y también cinéfilo acérrimo Robert Rodríguez, Tarantino ideó un film doble, que sería un homenaje al cine de serie B que se exhibía en sesiones contínuas en los setenta, las conocidas como Grindhouse. Un cine de escaso presupuesto, plagado de errores que simplemente alimentaban la sed de cine del espectador en busca de evasión cinematográfica sin mayores pretensiones.

Ambos se juntaron, además de otros amigos comunes (Eli Roth, Rob Zombie), para crear un film doble que sirviera de homenaje. Cada uno se ocuparía de un género distinto y lo vestirían de sabor añejo, le añadirían tráilers falsos y se convertiría en un producto de culto. Sin embargo, el resultado desastroso en la taquilla usamericana obligó a separar ambos largometrajes para el mercado internacional, como forma de rentabilizar la producción. A lo que hay que unir que ninguno de los dos films (ni ‘Death Proof’ ni ‘Planet Terror’) cosechó tampoco un resultado artístico notable.



‘Death Proof’ es el film de Grindhouse que dirigía Tarantino y en la que quiso homenajear, por partida doble, al su adorado cine setentero uniendo el típico slasher con chicas sexys en peligro de muerte violenta y el cine de acción, el cine de persecuciones de coches. Esta conjunción da como resultado un film con un guión que se disecciona en dos mitades, con momentos muy tarantinianos, con buenos diálogos, con un actor recuperado dando lección de carisma y presencia (un estimable Kurt Rusell), con escenas brillantes pero con una narración con altibajos y un resultado irregular. Con ‘Death Proof’ Tarantino baja un peldaño en su notable filmografía. Todo director comete errores y aquí Tarantino, por diversas causas, no logra que su empeño, su talento y su estilo logren brillar como de costumbre.

Más allá de esa división en el guión en dos mitades complementarias, que puede interpretarse erróneamente como si no tuvieran tanto en común como realmente tienen, lo cierto es que hasta la aparición de Stuntman Mike y Pam, el personaje que encarna Rose McGowan, la introducción de la historia resulta bastante tosca, estirada y por momentos aburrida. Aquí Tarantino nos presenta a las chicas típicas del slasher, en diálogos de su sello particular, antes de mascarse la tragedia sangrienta. Lo que sucede es que Tarantino queda prendado por sus actrices, por extraer el máximo partido a sus diálogos, que para ser sincero son los más flojos de toda su filmografía, amén de que las actrices, por muy apropiadas que puedan ser, resultan intérpretes mediocres que resultan demasiado planas en esta primera parte. También Tarantino se atasca en la narración, le falta el brío y la agilidad que siempre ha mostrado.

Esa introducción dilatada, con la historia de Butterfly como excusa, es buen ejemplo del Tarantino menos engrasado. Por suerte la trama gana enteros cuando Kurt Russell entra en escena y sus diálogos, sus miradas y su sola presencia le otorgan mayor interés al film. Sin embargo, Tarantino tarda en dotarle del protagonismo que merece y eso se resiente. Con todo, los momentos junto a McGowan son los más ingeniosos y donde los diálogos empiezan a tomar fuerza y sorprenden.

Evidentemente, más allá del homenaje al slasher que se queda demasiado diluido, a pesar de la primera escena sangrienta del film y en la que conocemos las verdaderas intenciones del protagonista Stuntman Mike, Tarantino comienza a desplegar sus verdaderas intenciones para conseguir emular los films (como ‘Vanishing Point’) que, además se mencionan directamente, de persecuciones automovilísticas (incluso utilizando los coches clásicos como el famoso Dodge Charger que Steve McQueen condujera en ‘Bullit’). Si en ‘Kill Bill’ quería probarse como director de acción, ahora quería darle una vuelta de tuerca más y quería rodar al más puro estilo de los setenta, con coches rugiendo, ausencia de soundtrack y CGI para darle protagonismo a la adrenalina, los coches y donde los especialistas del cine de acción entran en juego.



Cuando asistimos a la segunda mitad, a la verdadera trama que desarrolla la historia, conocemos a Zoë Bell, una doble, especialista de acción con la que trabajó en ‘Kill Bill’ y que se interpreta a sí misma. Una nueva versión de las chicas guerreras que, tras ser acosadas nuevamente por el obseso Stuntman Mike, se toman cumplida venganza. Bell encarna el triunfo femenino sobre el macho y lo hace en su terreno. Con una persecución, verdadera escena cuidada y mimada al extremo por Tarantino y con la que pretendía situarse en la historia del cine por su destreza (y cierto que consigue una escena muy lograda), en el momento álgido y más brillante del largometraje, pero que resulta demasiado aislado en un conjunto falto de brillantez.

La irregularidad con la que Tarantino narra ‘Death Proof’ lastra incluso lo mejor de la película. Ese doble juego de gato y ratón, de perseguidor/perseguidas que de repente gira y nos ofrece la inversión para resolver la trama resulta tan tosco como torpe. De repente, tras la dilatada y pausada presentación de sus chicas (como en él es habitual) y sufrir el ataque (emocionante eso sí) de Mike, asistimos a un cambio radical, en las que el subidón de adrenalina de ellas es el único motivo que justifica su cambio de postura, dejando de lado su papel de víctimas. Por no hablar del duro de Mike, que de repente se vuelve una niñita cuando recibe el primer palo. Aquí Quentin patina, pasa por alto su habitual mimo y especial cuidado de los detalles. Un cineasta que ha demostrado un excelente dominio en la escritura (y filmación) de giros argumentales nos entrega su peor cara.

Quizás su único motivo es que verdaderamente sólo le importaba justificar la escena final, esa larga persecución bien rodada (y mejor montada con un extraordinario trabajo de Sally Menke) que nos deja como único bocado sabroso de todo el film. Y sin embargo, tampoco Tarantino es capaz de rubricarlo como en él es habitual. Finaliza de forma tan abrupta que casi su homenaje a Grindhouse se convierte en verdadero Grindhouse, de calidad Z.

La intención de Tarantino de reinventar el género y con ello dar una nueva muestra de su capacidad de sorprender no llegó a tan altas cotas como hasta ahora había logrado. Quizás pesa también una preocupación sobrada por dotar de uniformidad visual al conjunto, de jugar con los fallos “añadidos”, algo que se puede apreciar cuando en esta ocasión incluso realiza las labores de director de fotografía.




'MALDITOS BASTARDOS' (2009): entre la genialidad y la broma.

Con ella, Tarantino recuperó el pulso… y el favor de la taquilla. Se trataba aquí de homenajear a un género llamado macaroni combat, que básicamente es la serie z del cine bélico. Con Malditos bastardos, Tarantino descubrió que uniéndose con una gran estrella como Brad Pitt se vendían más entradas. También que la historia solo es un cuento más, y que parte de la magia del cine está en reescribirla. Un valioso aprendizaje que ha aplicado de nuevo en su recién estrenada Érase una vez en... Hollywood. De paso, descubrió al mundo el talento de Christoph Waltz, Oscar al mejor cctor de reparto por su brillante interpretación del coronel Hans Landa. TRAILER

Frase por la que la recordamos: “En el infierno hay una planta reservada para quien desperdicia el whisky”.

La canción que sobresale: Cat People (Putting Out Fire), de David Bowie. Extraña elección para un director que suele preferir a cantantes más minoritarios. Pero lo cierto es que su apología pirómana encajaba a la perfección con el clímax del filme.

Como todos y cada uno de los títulos dirigidos por Quentin Tarantino, ‘Malditos bastardos’ genera una dicotomía. Una división entre los que les acaba pareciendo una broma, una película con momentos divertidos y poco más, en los que su director se gusta y disfruta dilatando escenas con diálogos ingeniosos, y los que confirman que Tarantino es el director más cinéfilo, apasionado y autorreferencial del cine actual, pero también un soberano talento para trazar puentes entre géneros, temas, influencias y fuentes de inspiración.

Esta mezcla tan personal que Tarantino logra con ‘Malditos bastardos’ entre el spaguetti western y el cine bélico, aderezado de sus personales referencias y reciclando capítulos de su memoria y gusto cinéfilo, hace que sea una película también difícil de catalogar. Como lo es el resto de su cine. ¿Acaso es “tarantiniana”? Pues lo es y mucho. Tanto que junto con ‘Jackie Brown’ resulta su trabajo más maduro y que nuevamente sorprende a nuevos espectadores por su capacidad para crear escenas magistralmente diseñadas y que funcionan como pequeñas películas dentro del metraje definitivo de ‘Malditos bastardos’.



Como suele acostumbrarnos, Tarantino mezcla con gran habilidad (y por mucho que se repudie de su talento, no se le puede negar su personalidad como cineasta y su valía) el divertimento, repleto de guiños (especialmente a su fuente de inspiración, la película casi homónima de Enzo G. Castellari), de añadir a su película elementos de que pertenecen a otra, pero que sabe encajar con gran gusto, y el ejercicio formal que destila un extraordinario gusto y enorme pasión por el cine. Eso es lo que realmente refleja en ‘Malditos bastardos’.

Gracias a una merecida libertad creativa, Tarantino hace su película más cinéfila, en la que nuevamente incluye elementos referenciales, pero además en la que el cine tiene un papel extra. Es la catarsis ficticia para redimir la Historia y con ello reinventarla a su antojo. Un verdadero homenaje encubierto en una película menos bélica de lo que se nos anunciaba en un principio y mucho más pasional de lo que cabría esperar.

Nuevamente incluye su narración a través de capítulos, que funcionan como episodios aislados y en los que Tarantino despliega su gran habilidad para el diálogo, para el dibujo de sus personajes, en esta ocasión con unos secundarios brillantes. Tanto que se diría no hay un protagonista claro. Ni siquiera unas pautas de género a las que ceñirse. Tarantino juega con distintos temas, propios del cine bélico, pero se los apropia y los filtra con su particular visión para ofrecer lo que realmente le gusta. Vestir con elementos de segunda mano un conjunto que no es sino una claro homenaje al cine, aunque ahora apele a un capítulo de la Historia no sin falta de humor y socarronería (no hay más que ver las interpretaciones de dos personajes presentados tan paródicamente como Hitler y Goebbels). Y es que en ‘Malditos bastardos’ asistimos a una doble venganza que confluye en una sublime y dilatada escena apoteósica y concluyente que reúne los principales valores del arte cinematográfico de Tarantino: espectáculo, exceso, diálogos perfectos y ejercicio visual.



Conocemos el buen hacer (con frecuencia, salvo alguna excepción) del director a la hora de caracterizar sus personajes, de dotarles de personalidad y, sobre todo, de una verborrea que los hace únicos. En ‘Malditos bastardos’, como indicaba, no hay un protagonista claro. Tarantino despliega su buen hacer en la creación de personajes y nos regala algunas de sus más inspiradas líneas de guión. Para ello, en sus modélicos capítulos (para muchos escenas estiradas, para otros la magistral realización de un guión sólido), nos regala momentazos absolutamente disfrutables en cada segundo. Baste esa primera escena, una introducción ejemplar del coronel Hans Landa. El cazajudíos enfrentado en un careo prodigioso, donde despliega su enorme inteligencia y agudeza, además de una gran locuacidad (por cierto, pocas películas tienen más justificado verse en su versión original, ya que en toda ella se yuxtapone el alemán, el francés, el inglés y hasta el italiano con disfrutable gusto).

Y es que el caso de Christoph Waltz dando vida a su despiadado personaje es uno de esos momentos que pocas veces se prodigan en el cine y que quedan, por su enorme valor, para el recuerdo. Waltz, un actor austríaco, se antoja un encarnación perfecta del personaje diseñado por Tarantino. Asombroso despliegue interpretativo, tan sublime que por sí solo justifica el valor (y obligado revisionado) del film.

Pero no podemos olvidarnos del resto de elenco. Un casting notable. Pocos actores como Brad Pitt para encarnar al despechado e histriónico teniente Aldo Raine (aunque precisamente es el que menos brilla de todos, por ser el menos cuidado de todos los personajes de la función), acompañado del oso judío (un correcto Eli Roth), el crítico espía (un muy creíble Michael Fassbender), el soldado heróico metido a actor venerado (el mejor Daniel Brühl), la bella y elegante agente doble (una actriz de época con un absoluto dominio de la pose como Diane Kruger) o la judía vengativa Soshana (la menos conocida Mélanie Laurent).




'DJANGO DESENCADENADO' (2012): el western según Tarantino.

Tras el éxito de 'Malditos bastardos', Tarantino regresó con su película más política y en la que es más evidente la omnipresente influencia del spaghetti western. También es su encuentro con un Leonardo DiCaprio al que convierte en un superlativo psicópata. TRAILER

Frase por la que la recordamos: “¿Por qué la gente nos mira así? - Nunca vieron a un negro a caballo.”.

La canción que sobresale: Todo en este filme es un homenaje al compositor Ennio Morricone, incluida la mitad de la banda sonora que compuso en 1970 para la película 'Dos mulas y una mujer', cuyos temas son reutilizados en esta película.

Que Quentin Tarantino se acercarse de lleno al género del western era cuestión de tiempo. El mencionado género es el más utilizado por el realizador en sus films; baste comprobar sus homenajes al cine de Sergio Leone en concreto y la utilización de ciertos elementos del cine de vaqueros en su cine, al que casi podríamos ya considerar como un género en sí mismo. Tres años después de que los judíos ajustaran cuentas con los nazis en 'Malditos bastardos', Quentin Tarantino propone en su nuevo trabajo, 'Django desencadenado', una venganza contra la esclavitud y el racismo de los Estados Unidos de 1858, dos años antes de que estallara la Guerra Civil.



Aunque el ejecutor de esta nueva venganza es un esclavo, Django (Jamie Foxx), que comparte un divertido encuentro con Franco Nero, el protagonista de la primera secuencia tras los títulos de crédito es un peculiar dentista alemán, el doctor King Schultz (Christoph Waltz), a quien Tarantino parece haber rescatado del universo de 'El gran silencio'de Corbucci en 1968. Y es que en realidad Schultz es un cazarrecompensas que se cruza en el camino de Django. El alemán compra, libera y entrena al esclavo a cambio de su colaboración. Con el tiempo y tras varios trabajos juntos, se forja una relación de amistad y Schultz decide ayudar a Django en una complicada misión.

Cabe decir que aunque la película lleve el nombre de Django en su título, poco o nada tiene que ver la película con el pequeño clásico de Sergio Corbucci de 1966, más allá de pertenecer al mismo género o de contar en una aparición especial con Franco Nero a modo de sentido homenaje al citado film. Ni siquiera sus tramas se parecen, así que ver el film italiano o no, más allá del disfrute que eso conlleva, no influye en el visionado de la obra de Tarantino. No es un remake, y como el mismo director aclaró el nombre de Django se ha utilizado infinidad de veces en spaguetti westerns del montón que trataban de aprovecharse del tirón comercial del film de Corbucci. En el caso de Tarantino es simplemente un ejercicio de nostalgia.

El objetivo es encontrar y liberar a Broomhilda von Shaft (Kerry Washington), la esposa de Django. El conflicto es que la esclava está en "Candyland", la plantación del cruel Calvin Candie (Leonardo DiCaprio), conocido por su afición a las peleas de esclavos. El plan es fingir interés por adquirir a uno de los mejores luchadores de Candie para llegar hasta Broomhilda. Y el resultado es... bueno, como podéis imaginar viniendo de Tarantino, algo sangriento. La historia puede sonar sencilla pero el cineasta emplea 165 minutos en contarla.

Tarantino confía demasiado en la efectividad de su reparto. No es culpa de Jamie Foxx, no es que haga una mala interpretación ni nada por el estilo, pero sí que sorprende que hayan dos secundarios tan carismáticos, que iluminan la pantalla con su mera presencia y que tuviese tan poco tino para conseguir cualquier implicación emocional del espectador con la venganza personal. Cierto que le reserva alguna frase cortante y las necesidades argumentales le fuerzan a tener que fingir ser quien no es – aunque Samuel L. Jackson se lo come con patatas en esa vertiente odiosa-, siendo entonces cuando resulta más atractivo, pero su cruzada personal para recuperar a su esposa le da absolutamente igual al espectador. De hecho, el déspota y caricaturesco dueño de ella tiene mucho más interés, y no es únicamente por la presencia de un estupendo Leonardo DiCaprio que se lo pasa en grande dando vida a Calvin Candie.



La violencia es un factor clave en ‘Django desencadenado’, ya que hay muchos más homicidios que en un slasher al uso, pero no deja de ser un adorno muy llamativo en la odisea de Django para recuperar a su mujer. Eso no quiere decir que Tarantino no tenga tiempo para justificarla – el primer asesinato por encargo del protagonista-, regodearse en ella – el abundante uso del gore- o estilizarla – el uso de la cámara lenta durante el gran tiroteo-, pero también la muestra en su forma más cruda – la pelea de mandingos que sirve para introducir en la acción a DiCaprio-, ya que su principal interés no es ser un elemento llamativo para conectar con cierto tipo de público, sino una forma de dificultar la tarea del protagonista.

Lo que quizá falle es la propia estructura de la película, donde Tarantino da rienda suelta a sus excesos, siendo incapaz de contener el excesivo metraje de ‘Django desencadenado’. Son tres las partes en las que se podría dividir la película: El adiestramiento de Django, la infiltración en la plantación de Candie y el despiporre final para ver si la historia tendrá un final feliz o no. No tengo grandes pegas con las dos primeras, ya que los personajes y las actuaciones de Waltz y DiCaprio te mantienen tan enganchado y destellos ocasionales de ingenio por parte de Tarantino – la discusión entre los miembros del Ku Kux Klan, la primera aparición de Samuel L. Jackson, que uno pasa totalmente por alto el irregular ritmo con el que se desarrolla la acción. Lo más curioso es que es al apostar por el completo desenfreno en sus últimos 40 minutos – con cameo del propio director- cuando el interés decae y uno es más consciente de ciertas limitaciones de la propuesta.

Ya en ‘Malditos bastardos’ habían algunas desigualdades, pero la brillantez de bastantes secuencias y el buen trabajo de su reparto la convertían en un gran divertimento, misma categoría en la que hay que situar a un ‘Django desencadenado’ que está a un escalón por debajo del anterior trabajo de Tarantino por su escaso tino a la hora de construir un trama central que enganche al espectador. Con todo, un disfrutable entretenimiento ni que sea por la mera presencia de Christoph Waltz y Leonardo DiCaprio.




'LOS ODIOSOS OCHO' (2015): tan entretenida como «tramposa».

Con la que de momento es su penúltima película, Tarantino intentó recuperar el espíritu de sus inicios en una especie de vuelta de tuerca que situaba su debut, Reservoir Dogs, en el nevado salvaje Oeste. Es decir, volvió a encerrar a una panda de indeseables en un espacio mínimo. ¿Lo peor? Este filme se cierra con un giro inesperado algo tramposillo. Sería una película excelente para cualquier otro director, pero de Tarantino uno siempre espera más… y nos supo a poco. TRAILER

Frase por la que la recordamos: “Vamos a morir, blanquito. No tenemos control sobre eso. Pero hay una cosa en la que tenemos control. Y es cómo mataremos a esta perra”.

La canción que sobresaleApple Blossom, de The White Stripes. Pese a que la banda sonora es de Ennio Morricone, Tarantino no pudo resistirse a incluir un tema contemporáneo. Lo hizo de la mano de otro apasionado del pasado como Jack White, que puso este hilo musical a la escena de la diligencia.

La idea de ‘Los odiosos ocho’ nace del propio director recordando viejos westerns televisivos en los que varios personajes quedan encerrados ocultando su naturaleza bondadosa o malvada al espectador hasta el final. Cuando tuvo listo el primer borrador, éste sospechosamente se filtró en Internet, Tarantino se pilló el mosqueo del siglo, pero poco después decidió hacer una representación teatral simplemente con la lectura del guion, eligiendo a actores que más tarde aparecerían en la película —otros no— obteniendo un éxito estruendoso. ‘Los odiosos ocho’ era una realidad, y la decisión de rodarla en UltraPanavision 70 mm, acertada o no —no sé hasta qué punto cuando la mayoría son interiores—, suena a capricho personal de su director. Porque puede.

El UltraPanavision de 70 mm lleva cinco perforaciones de arrastre en la película y el positivo, y las lentes anamórficas de adaptación, con un factor de x0,25m, lo cual proporciona al espectacular aspect radio de 2.76:1 —en la de 35 mm el factor de compresión es de x2, a veces de x1,50, una diferencia considerable—. Lo penoso del asunto es que no todas las salas de cine están preparadas, lo cual resulta irónico, para proyectar un film así. En España sólo sucedió en Barcelona, donde además el film se proyectó completo, sin el corte de 20 minutos aplicado al resto de ciudades.



Con ecos de ‘El día de los forajidos’ (1959) y sobre todo ‘El gran silencio’ (1968) —de la que directamente toma varias escenas prestadas— Tarantino construye toda una pieza operística alrededor de la premisa de un rescate, el de la bandida más cabrona del oeste, Daisy Domergue —una Jennifer Jason Leigh pletórica que ha recibido una muy merecida nominación al Oscar—, haciendo casi una relectura de su ópera prima, la magistral ‘Reservoir Dogs’. Los interiores, en los que el director derrumba todo elemento teatral con su puesta en escena, vuelven a tomar sentido. Hawks no sólo resuena en sus imágenes, también Alfred Hitchcock.

‘Los odiosos ocho’ está estructurada en tres partes bien diferenciadas, cada una desencadenada a partir de un giro argumental que Tarantino se permite el lujo de explicar mediante el uso del flashback. Esto puede ser visto como innecesario, como pose —y de hecho creo que es así en otros trabajos del director—, pero lo que importa no es el destino, sino el viaje, y éste es increíblemente superior a lo visto en los siete films anteriores de su director. Ocho auténticos canallas, con un sentido de la moral y la justicia que raya la anarquía, motivados todos por ocultas razones personales, las cuales se irán descubriendo poco a poco y con gran entusiasmo, gracias sobre todo a la impecable labor actoral de todo su elenco.

Un elenco por el que se pasean rostros ya conocidos en el universo tarantiniano, caso de Tim RothMichael Madsen o Samuel L. Jackson, quien por supuesto posee un momento de gloria, con un muy atrevido monólogo que recuerda al de la película más famosa de su director. Del resto destacaría, cómo no, a Kurt Russell, cuyo personaje parece una malévola evolución del de la película de Zahler, maravillosamente compenetrado con Jason Leigh, probablemente la mujer más golpeada y machacada de la historia de un género tradicionalmente masculino. También el televisivo Walton Goggins brilla a gran y rabiosa altura, un cambiachaquetas espléndido con el que Tarantino efectúa una nada disimulado mensaje alrededor de la mentira y la conveniencia extendiéndolo a todo el relato.



Tarantino opta por dar un giro de guión algo tramposo que además coincide con una decisión narrativa –otro aspecto en el que destacó mucho en sus primeros trabajos- que rompe el ritmo de la función y da pie a otra decisión de lo más discutible sobre cierta decisión que toma uno de los personajes. Es entonces cuando esa relativa pérdida de frescura de la que hace gala el responsable de ‘Pulp Fiction’ más se nota, pero, afortunadamente, nunca llega a provocar una desconexión en nuestro interés.

Esas debilidades del guión, que a partir de ahí da pie a una divertidísima matanza que hace que acabe en lo más alto, se ven en parte compensadas por la depurada puesta en escena de Tarantino, quien hace todo lo posible por recuperar el sabor del gran cine de antaño y lo hace con una consistencia envidiable, sabiendo exactamente qué hay que hacer con la cámara en cada momento y la información que hay que dar en cada plano, aprovechando además al máximo todas las escenas de exteriores y haciendo un uso impecable de la muy efectiva banda sonora.

También sorprende muy gratamente el hecho de que el director que más parece admirar a Sergio Leone ha renunciado, sorprendentemente, a plegarse a la tentación de homenajearle teniendo en la música a alguien como Morricone. Así y cuando el flashback tiene lugar, Tarantino dilata el tiempo en determinada secuencia y en lugar de usar al compositor italiano, utiliza a David Heiss y la canción ‘Now You Are Alone’. También puede aplicarse a la tensa secuencia en la que Demian Bichir interpreta ‘Noche de paz’ al piano. Probablemente el mayor acto de respeto hacia Leone por parte de Tarantino, en el que toma definitivamente el relevo generacional.

Además logra estilizar su estilo, y cuando la película parece que va a desmadrarse a lo bestia, y eso sucede en numerosas ocasiones en su tercio final, Tarantino pisa el freno o lo equilibra con una secuencia posterior. La descarnada violencia explícita, que algunos pueden ver como casquería barata —algo que sí sucedía en su primer western— encuentra su sentido en un hambre de justicia verdadera y que se nivela entre los momentos poéticos —la lectura de la carta, que deriva en la necesidad de la mentira para proporcionar una falsa paz— o el golpe violento de terrible verdad, como el impresionante monólogo de Jennifer Jason Leigh, grito de rebeldía que incide en la mal llamada violencia de género.

Apasionante, hermosa, violenta, y con cierta tendencia a la salida de tono, que parece hecho a propósito para luego recuperarse, ‘Los odiosos ocho’ es un deleite visceral y estremecedor sobre la condición humana, hurgando en la propia historia de los Estados Unidos.




'ÉRASE UNA VEZ EN HOLLYWOOD' (2019): lo último de Tarantino.

El desembarco de la novena película de Quentin Tarantino en agosto de 2019, nos ha hizo olvidar que existe vida más allá de los superhéroes, los remakes y los blockbusters multimillonarios en nuestras carteleras. Y, para muestra, ahí está una taquilla en la que 'Érase una vez en... Hollywood' ha superado a 'Mascotas 2''El rey león' 'Fast & Furious: Hobbs & Shaw'. Todos aquellos que hemos entregado nuestra vida al séptimo arte, o los que simplemente vivimos rodeados de él, lo hemos terminado considerando un elemento indispensable para la respiración. Una suerte de reducto o espacio seguro capaz de convertir en un lugar mejor el cada vez más cochambroso mundo en el que vivimos. TRAILER

Unos lo llamarán "magia", mientras que los más racionales optarán por ensalzar el poder para evadir de la ficción. Pero definiciones aparte, lo que es seguro es que pocos medios pueden convertir sueños en realidad, ya sean los propios o los ajenos, experimentados a través de los personajes, como el cinematográfico. Y esto es, precisamente, el eje sobre el que gira la maravillosa 'Érase una vez en... Hollywood' de Quentin Tarantino.

Con este noveno largometraje ha alcanzado prácticamente la perfección dentro de su estilo, llevando su sello de autor hasta límites inimaginables. Dicho esto, no sería descabellado enunciar que 'Érase una vez en... Hollywood' es la mejor obra del de Knoxville, pero lo que es seguro es que estamos ante la cinta más "Tarantino" de su filmografía; una auténtica y desmadrada delicia que sólo él podría haber dado a luz.



Hay muchas cosas que celebrar en este mordaz y, por momentos, hilarante retrato de la desquiciada atmósfera en la que vivía el Hollywood de finales de los años 60. Tarantino escribe una carta de amor a sus obsesiones (cinéfilas, musicales, televisivas, fetichistas) y a una época muy concreta de la industria con una particular buddy movie que se eleva gracias a dos personajes memorables que funcionan tanto por separado como en pareja.

A pesar de que en su cine los actores a veces pueden parecer simples marionetas que solo existen para reciclar sus característicos diálogos, con esta historia Tarantino hace un bonito homenaje a una profesión cargada de desgracias, dudas, inseguridades y olvidados. Para sorpresa de sus fans, puede que Érase una vez en Hollywood sea la película de su filmografía en la que el amor aparece más representado en su historia. De una u otra forma.

Nada más finalizar las fugaces dos horas y cuarenta y cinco minutos durante las que se extiende su imprescindible metraje, no es difícil llegar a la conclusión de que 'Érase una vez en... Hollywood' parece ser la película que el bueno de Quentin siempre soñó con realizar; convirtiendo la ciudad de Los Ángeles alternativa de 1969 en la que se ambienta en su casa de muñecas personal, con la que jugar dando rienda suelta a sus instintos y fantasías.

Hibridando ficción y realidad, separadas por una fina línea rebosante de sátira y acidez, próxima al concepto de cualquier cómic 'What If?'Tarantino abraza los mitos y la rica cultura popular de la época, haciendo gala —y derroche— de esa casi enfermiza cinefilia que le caracteriza; dando la sensación de estar ante una producción dirigida por alguien que ha disfrutado cada segundo de rodaje. Y esto, a efectos prácticos, acaba proyectándose sobre un patio de butacas en el que es difícil no contagiarse de ese entusiasmo.



No hay duda de que 'Érase una vez en... Hollywood' está salida de las tripas y el corazón de Quentin Tarantino, quien la ha impregnado de un alma inmensa, perceptible en el mimo volcado a la hora de transportar al celuloide los espacios, referencias y caras conocidas del momento. Espíritu únicamente igualado por los brillantes aspectos cinematográficos, en lo que respecta tanto a forma como a narrativa, del filme.

Como apuntaba anteriormente, nos encontramos ante la culminación de un estilo. En esta ocasión, la inmensa mayoría de recursos visuales marca de la casa, como pueden ser los planos detalle, los crash zooms o los grandes planos generales, trascienden lo meramente distintivo para integrarse y hacer progresar la narración; regalándonos la pieza más depurada del autor en términos de dirección.

Si en su apartado técnico, coronado por la fantástica labor de Robert Richardson al fotografiar esta particular odisea hollywoodiense en unos ricos 8, 16 y 35mm, el largo supone una especie de techo en la carrera de Tarantino, el tratamiento y progresión de su historia resulta igualmente trascendente; impulsada por un reparto estelar en estado de gracia, libre y a la altura de sus carismáticos personajes.



La conversación aparentemente vacua, la estructura dilatada y retorcida hasta el extremo para desembocar en un clímax histérico y brutal, la explotación de la anécdota hasta transformarla en algo excepcional... lo que podríamos etiquetar como "el arte de no contar nada" nos brinda un todo imprescindible para comprender ya no sólo el cine de Quentin Tarantino, sino para comprender el cine.

Suele emplearse con demasiada facilidad ese cliché que habla de "cartas de amor" al séptimo arte para catalogar algunos largometrajes, pero puedo afirmar con total seguridad que 'Érase una vez en... Hollywood' es la más pura y real que se haya visto últimamente. Toda ella articulada como una celebración del medio en la que hay cabida a carcajadas, aplausos y una fascinación en su mirada que llega a ablandar el corazón.

Después de construir semejante catedral, es normal que Quentin Tarantino se haya planteado retirarse antes de cumplir su promesa de firmar diez largometrajes y cerrar su carrera en lo más alto; pero me niego a creer que alguien que, tal y como demuestra 'Érase una vez en... Hollywood'tiene celuloide corriendo por las venas, llegue a tomarse en serio la idea de dejar un oficio tan noble como es el de contar historias en imágenes.

Y hasta aquí el especial dedicado a Quentin Tarantino, un genio tan incomprendido como adorado, un virtuoso que vive el cine con tanta pasión, que el verdadero amante del cine no puede sino disfrutar. Si has llegado hasta aquí, te felicito!




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